miércoles, 30 de marzo de 2011

Hatshepsut: la reina-faraón

Antes de la famosa Cleopatra, hubo en Egipto algunas mujeres que ocuparon el trono. Tal es el caso de Hatshepsut, la reina faraón de la XVIII dinastía del Imperio Nuevo, que ejerció el poder aproximadamente entre el año 1479 y 1457 a.C. En lo personal, yo le tengo simpatía a esta reina, por razones bastante mundanas, y es que gracias a que reconocí el templo que mandó construir en Deir el-Bahari, muy diferente a los demás, aprobé el examen de Arqueología en la carrera. Así que hoy voy a hablar de ella.
 
Hija de Tutmosis I, fue la única que éste dejó al morir, pues sus hermanos habían fallecido prematuramente. Sin embargo, no fue ella quien subió al trono sino su hermanastro Tutmosis II, hijo de una esposa secundaria o una concubina, y a ella se le nombró Gran Esposa Real (o sea esposa legítima del faraón).

La temprana muerte de su marido abrió de nuevo un problema sucesorio, ya que con ella sólo había tenido una niña. El futuro Tutmosis III, era aún muy pequeño, y era también hijo de una esposa secundaria. La Gran Esposa Real debía ocuparse de la regencia durante la minoría de edad, pero además, esta situación abrió el camino para ella a una posibilidad que pocos se esperaban. 

Hatshepsut, gracias a una cuidada campaña política, consiguió ser nombrada al igual que su sobrino-hijastro: faraón.

Para poder lograrlo, y que su poder quedara legitimado, la reina-faraón se valió fundamentalmente de dos estrategias: por un lado, se presentó a sí misma como descendiente carnal de la divinidad. En Egipto poder y divinidad estaban unidos, de hecho en la época de Hatshepsut, se creía que el faraón era la representación viviente del dios Amón, y, además, era estrictamente necesario para ser faraón ser hijo directo de la divinidad, o sea, del faraón. Ella puso de relieve su legitimidad para alcanzar el trono en este sentido, ya que era hija de Amón, encarnado en Tutmosis I.

Una vez justificado su acceso al trono, recordemos, durante la minoría de edad de Tutmosis III, necesitaba poder mantenerse en él sin que se cuestionara ni su legitimidad ni su poder, de forma que no pudiera ser acusada de usurpadora.

Para ello, Hatshepsut se hizo representar en numerosos relieves y estatuas como hombre, apareciendo por ejemplo, con barba. No se trataba de un caso de travestismo, como de los que hablábamos aquí, sino de que ella asumió el cargo de faraón, y con ello la identidad masculina del cargo, pero sintiendo que era una mujer. Era más una cuestión iconográfica en una sociedad como la egipcia en la que los mensajes políticos y religiosos se transmitían fundamentalmente a través de la imagen. Los atributos por los que se reconocía al faraón eran, entre otros, la barba postiza y esa es la razón, por la que ella optó por retratarse con ella puesta: para dejar claro que era un faraón. En esta misma línea, normalmente no se esculpían sus pechos cuando la figura era de torso desnudo.
El reinado de Hatshepsut fue próspero para Egipto. Se vivió en paz y se llevó a cabo la expedición al mítico país del Punt (lugar legendario donde se encontraban algunas de las mejores especias, que estaría en la actual Somalia), que reportó cuantiosos beneficios al país.

Sin embargo, no ha pasado a la historia como una gran reina, muchos ni siquiera han oído hablar de ella. De hecho, hasta fechas recientes la historiografía la tachaba de manipuladora, usurpadora, se decía que había mantenido casi secuestrado al pequeño Tutmosis, e incluso durante mucho tiempo estuvo borrada de las listas de los faraones. ¿Qué pasó para que esto fuera así?

Hoy en día sabemos que no mantuvo mala relación con Tutmosis III, de hecho muchas veces se hizo representar con él, apareciendo juntos como los dos faraones de Egipto. Cuando el niño, ya adulto, alcanzó el poder, no se dedicó a destruir ninguna de las obras de su tía-madrastra, sino que fue después con la dinastía Ramésida, con Seti I y Ramsés II, fundamentalmente, cuando se destruyeron sus estatuas y se la hizo desaperecer del mapa.

La razón posiblemente tuviera que ver con la repercusión que el ejemplo de Hatshepsut pudiera tener en otras mujeres, por lo que para “prevenir” que ocurriera algo así de nuevo, se prefería que no quedase constancia de su existencia.

Sin embargo, según los expertos, la historiografía actual, o por lo menos después de Egipto fue la que verdaderamente, construyó la “leyenda negra” de Hatshepsut de la que hoy poco a poco va desembarazándose.
En el siguiente vídeo se explican en profundidad algunas de las cuestiones que hemos expuesto aquí.

viernes, 25 de marzo de 2011

La Ley Seca vista por Martin Scorsese



Hablar de la Ley Seca es pensar en Chicago y en los gangsters que de la mano de Al Capone construyeron inmensas fortunas en esa ciudad. Martin Scorsese, director de cine que ha trasladado a la gran pantalla la esencia de la malavita italo-americana del siglo XX en numerosas ocasiones, ha elegido, sin embargo, para la última producción en la que ha participado la glamurosa Atlantic City de los años veinte. En Boardwalk Empire, serie televisiva de la ya mítica HBO, Scorsese –que dirige el episodio piloto y es productor- plasma como nadie las miserias del prohibicionismo a través de la vida de Enoch “Nucky” Thompson, personaje basado en el histórico político y mafioso Enoch Johnson.



            Por ahora sólo he visto el primer capítulo y he de decir que ya estoy deseando ver el segundo. Hay diálogos memorables sobre el prohibicionismo del alcohol y el enriquecimiento que provocó ilegalmente en algunos sectores y que podrían ser trasladadas al presente para otros temas controvertidos; e incluso una rápida aparición de un Al Capone joven –visto lo visto, no podía faltar-, con ideas para hacer algo grande en el mundo del hampa, pero que se queja de ser un don nadie. Muy recomendable, consigan donde consigan estos episodios.

martes, 22 de marzo de 2011

Textos que me gustan 1: Salustio, La Conjuración de Catilina

En esta nueva sección iremos incorporando textos históricos que nos gustan por su relevancia, por su actualidad, por su comicidad... en fin, por el motivo que sea.

"Pero cuando nuestra nación se hubo engrandecido mediante el trabajo asiduo y la práctica de la justicia, cuando los grandes reyes fueron subyugados en la guerra, y las tribus salvajes y los poderosos pueblos por la fuerza de las armas; cuando Cartago, el rival de la preponderancia de Roma, hubo perecido desde sus raíces hasta sus ramas, y todas las tierras y los mares se abrieron, entonces la Fortuna comenzó a ser cruel y a traer confusión en todos nuestros asuntos. Aquellos que habían soportado con facilidad penurias y peligros, ansiedades y adversidades, descubrieron que el ocio y la riqueza (deseables en otras circunstancias) resultaron ser una carga y una maldición. Así que, primero la avidez por el poder, y después por el dinero, se acrecentó entre ellos; esas fueron, diría yo, las raíces de todos los males. Pues la avaricia destruye el honor, la integridad y todas las otras nobles cualidades; fomentando en su lugar la insolencia, la crueldad, el descuido respecto a los dioses, el ponerle precio a cualquier cosa. La ambición condujo a muchos hombres a ser falsos; a encerrar en su seno un pensamiento y tener listo otro en la lengua; a valorar a los amigos y los enemigos, no por sus méritos, sino según el interés egoísta, y mostrar una buena apariencia, en vez de un buen corazón. En un principio, estos vicios crecieron con lentitud, pues, de vez en cuando eran castigados; por último, cuando la enfermedad se hubo esparcido como una plaga mortífera, cambió: el estado y un gobierno que no cedía a ningún otro en justicia y excelencia se volvió cruel e intolerable."

Aunque parezca mentira, este texto fue escrito por Salustio, historiador romano y partidario de César, que vivió en el siglo I a.C, y en él se lamenta del declive que ha sufrido Roma tras el triunfo sobre Cartago. Cómo tras una época de lucha, las vacas gordas contribuyeron a la corrupción del sistema. ¿Les suena de algo? Seguramente que todos ustedes serían capaces de reescribir el texto y, cambiando los nombres, redactar un artículo de rabiosa actualidad. No hay nada nuevo bajo el sol y precisamente para eso puede servirnos la historia: para conocernos, para reconocer lo que está ocurriendo y poder realizar, en nuestro caso como ciudadanos, un análisis correcto de la realidad, al margen de lo que muchas veces nos quieren contar.

Salustio, La conjuración de Catilina.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Carnaval, carnaval

Hoy que acaba el Carnaval aprovecho la entrada del blog para hablar un poco sobre el tema.
Desde la Edad Media, los tres días que antecedían al Miércoles de Ceniza se consideraban el tiempo de la locura, de la risa y el festejo de bienvenida a la primavera. Era el triunfo del paganismo frente al cristianismo, la victoria del mundo al revés, la representación de una sociedad igualitaria, donde no existía la pobreza ni había ningún tipo de represión. En el Antiguo Régimen esto no carecía de importancia puesto que, la estabilidad y el orden político y social, se sustentaban precisamente en que cada cual aceptase el lugar y el papel que les otorgaba en la sociedad y no cuestionasen el sistema.
El Carnaval era todo un ciclo de festividades aunque los días más importantes son el domingo, lunes y martes de carnaval.
Fiesta al aire libre, vivida en las calles y plazas con un ritmo violento y desenfrenado tanto en las palabras, (blasfemias, insultos y juramentos frecuentes) como en los hechos (la violencia crecía esos días de manera alarmante) Le Roy Ladurie ha estudiado el carnaval de Romans (Francia) donde, en 1580, hubo más de 20 muertos porque un grupo de jóvenes atacó al burgomaestre. Eran unos día en los que solía haber muertos o heridos y salir a la calle podía ser peligroso en algunos momentos.
Había también algunos caracteres mágicos e irracionales: la propia palabra carnaval-carnalidad hace referencia al paganismo y a la sexualidad. Comida, bebida, sexo y violencia son los cuatro elementos rituales del carnaval, ya que se comía y bebía hasta saciarse, pensando en el ayuno y abstinencia a que se sería sometido después por la Cuaresma. 
Todo el mundo se disponía a pasarlo bien, los hombres se disfrazaban de mujeres y las mujeres de hombres, así como de personajes célebres, de la vida o de la ficción. Se usaban máscaras y caretas, y así el anonimato permitía unas relaciones sociales y sexuales bastante libres. Solía haber competiciones y juegos de todo tipo, representaciones teatrales y bailes, pero también insultos e injurias al vecino, revelación de secretos y escándalos, persecuciones de animales, lanzamiento de objetos a los viandantes desde las casas, manteamiento de muñecos, hechos trágicos y cómicos en un ambiente de permisividad y de amplia tolerancia.


Como manifestación de liberación y placer era un periodo de desorden institucionalizado que lógicamente despertó innumerables críticas, siendo condenado por la iglesia, inelectuales, humanistas, teólogos y moralistas. La Iglesia consideraba los disfraces de inversión, hombre-mujer, hombre –animal, como una degradación de la persona, que Dios había hecho a imagen y semejanza suya, y por tanto, no se podía identificar a Dios con animales o mujeres que tenían un rango inferior a los hombres.
La autoridad civil siempre fue permisiva con el carnaval, no solían meterse en lo que ocurriera, porque sabían que tenía un final muy concreto, y que servía para aliviar tensiones que así no se dirigían contra ellos.
A pesar de todo no desapareció nunca y aunque progresivamente las elites dejaron de participar mezcladas con los grupos populares, el carnaval fue asumido por ellas y en muchas ciudades, en el interior de las casas nobiliarias y en las cortes reales se siguió practicando con algunos de sus elementos básicos. En Venecia, en el Palacio del Dux se contaba con la presencia de la aristocracia y del Nuncio, todos disfrazados y enmascarados con la famosas caretas locales. 




El carnaval llegaba a su fin con el entierro de la sardina, sátira de cortejo fúnebre con plañideras y lamentos donde, en realidad, se sepultaba la alegría de vivir antes de sumergirse en la tristeza cuaresmal. Había un fuerte contraste entre el último día del carnaval y el miércoles de ceniza, que daba comienzo a la Cuaresma, el ciclo litúrgico más trágico y grave porque se conmemoraba la muerte de Cristo, duraba en total unos cincuenta días (40 de cuaresma y luego la Semana Santa) hasta el domingo de resurrección. Todo era seriedad, tristeza y recogimiento religioso, cualquier elemento profano sobraba, estaba prohibido casarse, celebrar representaciones teatrales, juegos y todo tipo de espectáculos, al tiempo que se multiplicaban los oficios religiosos, las predicaciones y la confesión.

viernes, 4 de marzo de 2011

Devolver Portugal a España (o al revés)

No, no se trata de una proclama nacionalista ni de un postulado iberista. Es más bien el deseo que mantuvo el gobierno de Madrid con respecto al vecino país  a finales del siglo XVII. Décadas atrás, una revuelta contra los españoles estallada el 1 de diciembre de 1640, había dado inicio -no premeditadamente- a la que se iba a convertir en una larga guerra que conduciría a la independencia de Portugal en 1668. Pocos esperaban que el levantamiento triunfase y no se pensó que el segundo duque de Braganza, que subió entonces al trono con el nombre de Juan IV, fuese a ser soberano de Portugal por mucho tiempo. "Rey de un solo invierno", se dijo en Madrid de él. Pero, lo cierto, es que, sea como fuere, no lo fue de uno sino de muchos, y la Monarquía de España tuvo que reconocer veintiocho años después lo que ya era una evidencia, que Portugal se había convertido, soportando la guerra, en un reino independiente. Como otro cualquiera.

Sin embargo, firmar la paz no siempre supone poner fin a los problemas que hicieron que se rompiera y la idea de reintegrar Portugal a la Monarquía de España siguió presente, aunque de forma velada, entre los miembros del Consejo de Estado. Había por aquellos años quien recordaba que ni Carlos V ni Felipe II habían entendido poderse llamar "reyes de España" sin incluir las armas de Portugal en su Corona y quien apremiaba a los embajadores que ahora se dirigían a la corte del viejo enemigo a estar alerta por si una revuelta, un golpe fortuito, pudiese devolver Portugal del mismo modo que se había ido.

Pedro II de Portugal
En Lisboa no las tenían todas consigo con esta cosa de la paz. Preocupaba allí la presencia de "fidalgos" que se mostraban excesivamente amigos de la Monarquía católica y, sobre todo, que en Madrid no hubiesen dejado de utilizar los símbolos lusos en monedas, cartas y otros documentos, o que en el epistolario, Carlos II se entitulase rey de Portugal. Sí, lo hacía a menudo aunque es difícil saber si, tras ello, se escondían "simples descuidos", como aseguraban los españoles, o verdaderas intenciones. Así las cosas, las relaciones entre ambas cortes se mantuvieron en una calma tensa durante treinta años y, poco a poco, Pedro II de Portugal, que había alcanzado el poder tras apartar a su hermano Alfonso VI antes de la paz de 1668, pero que no se había coronado como tal hasta el fallecimiento de éste en la década de 1680, fue ganando en confianza. Se creció tanto que incluso cuando la muerte sin sucesión de Carlos II se aproximaba, no dudó en postularse como un candidato a ocupar el trono de Madrid. Era una entelequia, habida cuenta las pretensiones de Luis XIV y el Emperador, pero merece la pena transcribir un panfleto que se distribuyó por Madrid por aquél entonces haciendo propaganda de las virtudes de Pedro II: "El rey D. Pedro no sólo es español por ser portugués, sino por tener sangre castellana en su corazón". Cómo habían cambiado las tornas en treinta años.