jueves, 10 de febrero de 2011

Historia nacional, historia global

Catedral de Goa, construida bajo la dominación portuguesa
Ayer comí con un colega brasileño aquí en Lisboa. Es del estado de Ceará, en el nordeste del país, y estudia la organización militar portuguesa en esa zona durante el siglo XVIII. Es muy típico que la gente de una determinada área geográfica haga historia sobre ella y que, en ocasiones, abandone un marco más amplio en el que el proceso histórico que estudia se desarrolla. No es el caso de este doctorando, que nada más atacar el caldo verde portugués, me empezó a hablar de la navegación y las conquistas portuguesas en el Índico. A mí, en un primer momento, casi se me atraganta la sopa porque -aparte de este blog- no suelo hablar de historia y cuestiones relacionadas con el trabajo en mis ratos libres (por aquello de desconectar...). Pero reconozco que a medida que fluían palabras de su boca me comenzó a interesar su discurso y acabamos enfrascados en una interesante discusión. Él sostenía que lo que se había venido en llamar Imperio portugués era evidentemente fruto de la pericia de los portugueses, de sus empresas y sus viajes, pero que la construcción de tan vasto ente político no era patrimonio exclusivo de este pequeño país. Fueron los mozambiqueños, me dijo, quienes pelearon en Goa y quienes navegaban el barco piloto que guiaba a la flota hasta la India porque los portugueses no conocían ese mar; fueron los indios de Ceará quienes derrotaron a los indios de Ceará en el nordeste brasileño y anexionaron esas regiones al imperio; fueron de los árabes de quienes los portugueses copiaron la idea de embarcar la artillería en los navíos y emplearla en el mar. Y sabes qué, concluyó, el éxito del imperio portugués se basó en su capacidad para adaptarse a cada situación y en el mestizaje: con dinero, hasta el negro más negro de Bahía podía ser considerado blanco, y los indios y los mulatos acabaron por integrarse en este esquema.


Yo recordé inmediatamente la famosa conquista de México de Hernán Cortés y cómo el de Medellín se había apoyado en los tlaxcaltecas para sitiar y tomar Tenochtitlan. Pero enseguida mis pensamientos se fueron a otra parte: en el siglo XX y en esta primera década del siglo XXI Occidente se ha empeñado en difundir valores democráticos hasta el más recóndito rincón del planeta, a menudo mediante imposiciones  y métodos poco democráticos -pero no me detendré en este aspecto-, y ha considerado que ha ejercido en sus colonias, primero, y en los estados que se constituyeron independientes, después, un papel de guía hacia la puesta en práctica de un ideario basado en el respeto a las libertades fundamentales del individuo y a los Derechos del Hombre. Ese camino, si nos miramos a nosotros mismos, parece evidente pero cabría preguntarse si no sería necesario recorrerlo en sentido contrario: los contactos de los europeos con otros pueblos, aparte de desembocar en guerras, condujeron a un diálogo con el otro y, tras la descolonización, en un necesario entendimiento; las diferencias culturales contribuyeron a aceptar la diversidad en las sociedades de las metrópolis; e incluso aspectos más mundanos como la gastronomía o la moda, que creemos nuestros, se vieron afectados y modificados por una fuerza que venía desde fuera. 


Las historias que antes se creyeron nacionales, no lo son más -o al menos, no pueden ser entendidas sin ser encuadradas en un contexto- y no porque ahora se haya puesto de moda la globalización sino porque antes de que se acuñase ese término los procesos históricos ya estaban envueltos en ella.

2 comentarios:

  1. Lo peor de todo es que en la facultad nos siguen enseñando una historia eurocéntrica. Como si nada hubiese cambiado desde Herodoto y su mirada a los bárbaros.

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  2. Resulta muy complicado encontrar el punto medio entre globalización e identidad en cada país

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