Catedral de Goa, construida bajo la dominación portuguesa |
Yo recordé inmediatamente la famosa conquista de México de Hernán Cortés y cómo el de Medellín se había apoyado en los tlaxcaltecas para sitiar y tomar Tenochtitlan. Pero enseguida mis pensamientos se fueron a otra parte: en el siglo XX y en esta primera década del siglo XXI Occidente se ha empeñado en difundir valores democráticos hasta el más recóndito rincón del planeta, a menudo mediante imposiciones y métodos poco democráticos -pero no me detendré en este aspecto-, y ha considerado que ha ejercido en sus colonias, primero, y en los estados que se constituyeron independientes, después, un papel de guía hacia la puesta en práctica de un ideario basado en el respeto a las libertades fundamentales del individuo y a los Derechos del Hombre. Ese camino, si nos miramos a nosotros mismos, parece evidente pero cabría preguntarse si no sería necesario recorrerlo en sentido contrario: los contactos de los europeos con otros pueblos, aparte de desembocar en guerras, condujeron a un diálogo con el otro y, tras la descolonización, en un necesario entendimiento; las diferencias culturales contribuyeron a aceptar la diversidad en las sociedades de las metrópolis; e incluso aspectos más mundanos como la gastronomía o la moda, que creemos nuestros, se vieron afectados y modificados por una fuerza que venía desde fuera.
Las historias que antes se creyeron nacionales, no lo son más -o al menos, no pueden ser entendidas sin ser encuadradas en un contexto- y no porque ahora se haya puesto de moda la globalización sino porque antes de que se acuñase ese término los procesos históricos ya estaban envueltos en ella.
Lo peor de todo es que en la facultad nos siguen enseñando una historia eurocéntrica. Como si nada hubiese cambiado desde Herodoto y su mirada a los bárbaros.
ResponderEliminarResulta muy complicado encontrar el punto medio entre globalización e identidad en cada país
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