El parto era un momento extremadamente peligroso para las mujeres en la Edad Media. La muerte acechaba y en muchos casos el fallecimiento de la madre coincidía con el nacimiento del hijo. Se trataba de una muerte aceptada para la sociedad de la época, cuya amenaza estaba indisolublemente unida al parto. Se rezaban oraciones para que la mujer no muriera, se colocaban reliquias sobre el vientre para que la protegieran y se apelaba a la intercesión de los santos para salir con bien del trance.
El alumbramiento se llevaba a cabo en un entorno femenino. En la Edad Media Ginecología y Obstetricia eran dos campos del saber eminentemente femeninos, incluso profesionalizados en muchos casos. Una de esas matronas profesionales se llamaba Catalina Cutanda, conocida como la Madrina Salinas y vivió en Zaragoza en el siglo XV.
María del Carmen García Herrero ha dedicado buena parte de su carrera investigadora a estudiar a las mujeres de la Zaragoza bajomedieval. Gracias a ella conocemos la historia que vamos a contar a continuación.
Las mujeres que se dedicaban a ayudar a dar luz no recibían una formación oficial, pero estaban bien preparadas. El oficio se aprendía, como otros trabajos artesanales, por medio de la observación, la repetición y la adquisición de responsabilidades cada vez mayores. La consideración de experta, a la que se llegaba tras el proceso, era una de las principales características que debía tener una comadrona. Otra característica que debía poseer era el ingenio, para resolver situaciones complicadas y por último, ser “moderada”, tener buenas costumbres. Una buena comadrona demostraba que lo era cuando: cortaba el cordón umbilical, lavaba y limpiaba al niño, cuando “abría los orificios al recién nacido, a saber los ojos, la nariz, las orejas y el culo”, curaba el ombligo, elegía a la nodriza y el lugar donde se debía criar el niño.
Catalina Cutanda reunía todas estas características y por eso era una persona bien conocida y prestigiosa en la ciudad. Era la partera más experimentada y a ella acudían personas de la nobleza. Se quedó viuda en algún momento entre 1476 y 1487. Realizaba su trabajo acompañada de discípulas que aprendían el oficio.
Catalina Cutanda reunía todas estas características y por eso era una persona bien conocida y prestigiosa en la ciudad. Era la partera más experimentada y a ella acudían personas de la nobleza. Se quedó viuda en algún momento entre 1476 y 1487. Realizaba su trabajo acompañada de discípulas que aprendían el oficio.
Como ejemplo de la labor de Catalina vamos a relatar el caso de Isabel de la Caballería , que dio a luz en 1488. Isabel pertenecía a una de las familias más poderosas de la época y se quedó viuda durante su embarazo. Para preservar los derechos de su hijo, mandó redactar una carta de parto, un documento notarial que certificara que el hijo que había nacido era legítimo heredero de su padre fallecido.
Este documento de los pocos que se conocen, por ahora, de este tipo, además del interés en sí mismo nos ofrece una descripción completa del parto de Isabel.
Al inicio del documento nos encontramos a Isabel paseando por la habitación, para lo cual necesita ya la ayuda de dos mujeres que la sujetan por las axilas y ella se mueve con dificultad “doloreandose de los dolores del prenyado que tenía, disponiendose y queriendo parir”. El notario examinó el cuerpo de Isabel y el de las parteras, el lecho, incluso debajo de la cama con el fin de poder dejar testimonio público de que no había ningún bebé escondido con el que se pretendiera llevar a cabo ningún engaño. Las propias parteras juraron sobre la cruz y los evangelios que llevaría a cabo su trabajo sin fraude.
Al inicio del documento nos encontramos a Isabel paseando por la habitación, para lo cual necesita ya la ayuda de dos mujeres que la sujetan por las axilas y ella se mueve con dificultad “doloreandose de los dolores del prenyado que tenía, disponiendose y queriendo parir”. El notario examinó el cuerpo de Isabel y el de las parteras, el lecho, incluso debajo de la cama con el fin de poder dejar testimonio público de que no había ningún bebé escondido con el que se pretendiera llevar a cabo ningún engaño. Las propias parteras juraron sobre la cruz y los evangelios que llevaría a cabo su trabajo sin fraude.
Isabel tuvo que parir inclinada, recostada sobre el señor de Argavieso, su procurador, que la sostenía entre sus brazos. La dificultad del parto se pone de manifiesto también en el número creciente de candelas bendecidas que iban iluminando la habitación con el fin de proteger a Isabel. Se trató de un parto distócico que puso a prueba la habilidad de la Madrina Salinas para salvar a madre e hijo. Sobre el vientre de Isabel algunas reliquias, a sus pies, en un escabel, Catalina que con sus manos impregnadas en aceite de almendras templado con aceite de azucenas, ayudaba al niño a venir al mundo. Sobre sus rodillas tenía una terna extendida para recibirlo. Finalmente, tras muchos esfuerzos nació un niño. Entonces se acercaron los testigos para observar cómo madre e hijo estaban unidos por el cordón umbilical. Tras ayudar a la madre a expulsar la placenta, se examinó de nuevo al niño y públicamente se comunicó el nacimiento de un hijo varón. A continuación la madrina Salinas cortó el cordón umbilical.
La carta de parto se emite a petición de la madre. En el caso de Isabel se enfatiza que es ella quien llama insistentemente al notario y los testigos cuando el momento del parto se acerca. El propósito no era otro que poner de manifiesto públicamente la legitimidad de su hijo de manera que nadie pueda cuestionar que se valiera de hijos ajenos para mantener sus derechos ni se pusieran en duda los derechos hereditarios del niño.
La legitimidad era la clave para poder gozar de todos los derechos y del patrimonio familiar y por tanto Isabel ante el peligro de fallecer en el parto también ella, quiso que su hijo, pasara lo que pasara, no quedara desprotegido.
El documento completo se puede ver en: María del Carmen García Herrero, Del nacer y el vivir. Fragmentos para una historia de la vida en la baja Edad Media. Zaragoza, 2005.
El documento completo se puede ver en: María del Carmen García Herrero, Del nacer y el vivir. Fragmentos para una historia de la vida en la baja Edad Media. Zaragoza, 2005.