viernes, 4 de marzo de 2011

Devolver Portugal a España (o al revés)

No, no se trata de una proclama nacionalista ni de un postulado iberista. Es más bien el deseo que mantuvo el gobierno de Madrid con respecto al vecino país  a finales del siglo XVII. Décadas atrás, una revuelta contra los españoles estallada el 1 de diciembre de 1640, había dado inicio -no premeditadamente- a la que se iba a convertir en una larga guerra que conduciría a la independencia de Portugal en 1668. Pocos esperaban que el levantamiento triunfase y no se pensó que el segundo duque de Braganza, que subió entonces al trono con el nombre de Juan IV, fuese a ser soberano de Portugal por mucho tiempo. "Rey de un solo invierno", se dijo en Madrid de él. Pero, lo cierto, es que, sea como fuere, no lo fue de uno sino de muchos, y la Monarquía de España tuvo que reconocer veintiocho años después lo que ya era una evidencia, que Portugal se había convertido, soportando la guerra, en un reino independiente. Como otro cualquiera.

Sin embargo, firmar la paz no siempre supone poner fin a los problemas que hicieron que se rompiera y la idea de reintegrar Portugal a la Monarquía de España siguió presente, aunque de forma velada, entre los miembros del Consejo de Estado. Había por aquellos años quien recordaba que ni Carlos V ni Felipe II habían entendido poderse llamar "reyes de España" sin incluir las armas de Portugal en su Corona y quien apremiaba a los embajadores que ahora se dirigían a la corte del viejo enemigo a estar alerta por si una revuelta, un golpe fortuito, pudiese devolver Portugal del mismo modo que se había ido.

Pedro II de Portugal
En Lisboa no las tenían todas consigo con esta cosa de la paz. Preocupaba allí la presencia de "fidalgos" que se mostraban excesivamente amigos de la Monarquía católica y, sobre todo, que en Madrid no hubiesen dejado de utilizar los símbolos lusos en monedas, cartas y otros documentos, o que en el epistolario, Carlos II se entitulase rey de Portugal. Sí, lo hacía a menudo aunque es difícil saber si, tras ello, se escondían "simples descuidos", como aseguraban los españoles, o verdaderas intenciones. Así las cosas, las relaciones entre ambas cortes se mantuvieron en una calma tensa durante treinta años y, poco a poco, Pedro II de Portugal, que había alcanzado el poder tras apartar a su hermano Alfonso VI antes de la paz de 1668, pero que no se había coronado como tal hasta el fallecimiento de éste en la década de 1680, fue ganando en confianza. Se creció tanto que incluso cuando la muerte sin sucesión de Carlos II se aproximaba, no dudó en postularse como un candidato a ocupar el trono de Madrid. Era una entelequia, habida cuenta las pretensiones de Luis XIV y el Emperador, pero merece la pena transcribir un panfleto que se distribuyó por Madrid por aquél entonces haciendo propaganda de las virtudes de Pedro II: "El rey D. Pedro no sólo es español por ser portugués, sino por tener sangre castellana en su corazón". Cómo habían cambiado las tornas en treinta años.

3 comentarios:

  1. Desconocia por completo este hecho histórico, o lo tenía en el olvido, gracias

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  2. posiblemente les habria ido mejor a ambos paises juntos, que por separado.

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  3. Hubiera sido genial unificar (o reunificar) las Españas. Seguramente hoy seríamos un país más grande, y no sólo en tamaño. Lástima que, aunque Carlos II habiera declarado a PedroII de Portugal como su legítimo sucesor, habría resultado materialmente imposible hacerlo cumplir, porque Luis XIV ya advirtió a Madrid que jamás consentiría una unión de las Españas.

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