Hoy soy yo el que presenta libro. Se titula El Papado y la Guerra de Sucesión española y es el resultado de años de trabajo en archivos de Madrid, Roma y Viena. Lo acaba de publicar la editorial Marcial Pons.
En sus páginas estudio las relaciones del papa Clemente XI (1700-1721) con los dos rivales en la lucha por la corona de España, el duque de Anjou –para unos, Felipe V- y el Archiduque –para otros, Carlos III-. En la introducción comento que la frontera que separa el poder terrenal del espiritual ha sido casi siempre para el Papado borrosa y permeable, y es precisamente esa delgada línea lo que me ha llevado a ocuparme de la política internacional de la Santa Sede en un periodo especialmente conflictivo en el Occidente Católico. Al fin y al cabo, es un trabajo que pretende indagar en el choque que se produjo entre la Santa Sede, preocupada por recuperar la centralidad que el factor religioso había ido perdiendo en el siglo XVII, y los intereses de los grandes poderes de Europa con la Guerra de Sucesión como telón de fondo. Quizás se explique mejor en la contraportada:
Al término de la Guerra de los Treinta Años, la Santa Sede sufrió una profunda crisis que acabó con la centralidad que hasta entonces había disfrutado en la escena política internacional. En los tratados de paz que siguieron al conflicto la razón de Estado se impuso al factor religioso como base de la negociación diplomática y el ideal católico del Papado como eje director de Europa quedó relegado a un segundo plano. No fue hasta 1700 en que la crisis dinástica de la Monarquía de España brindó al papa Clemente XI la posibilidad de revertir esta situación y convertirse en Padre Común en una contienda en la que sus «hijos», tanto el archiduque Carlos como Felipe V, procuraban su reconocimiento para convertirse en el verdadero «Rey Católico». Esta obra indaga en las razones del fracaso de la empresa pontificia en la Guerra de Sucesión española y demuestra el creciente distanciamiento entre los postulados de la Sede Apostólica y los de una Europa en la que la religión estaba cada vez más lejos de ser un elemento determinante en el orden internacional.